domingo, 1 de diciembre de 2013

Reflexiones de Nuestro Fundador San Francisco de Sales Ciclo A-2014


1 Noviembre: Todos los Santos

No voy a hablaros hoy, mis queridas Hermanas, de la felicidad que tienen los
bienaventurados en la clara visión del rostro de Dios, al que ven y verán sin fin en su
esencia, porque eso es la felicidad esencial y no voy a tratar de ello.
Tampoco voy a hablar de una cierta gloria accidental que reciben los Santos en las
conversaciones entre ellos, porque los bienaventurados se conocen unos a otros y cada
uno por su nombre y allí encontraremos a las personas a quienes más particularmente
hemos amado.
... Pero sí os hablaré del honor y de la gracia que nos está reservada de conversar
con nuestro Señor mismo. Ahí es donde nuestra felicidad tomará indecible incremento,
inenarrable. Os ruego que penséis qué será de nosotros, qué haremos nosotros cuando a
través de la sagrada abertura de su Costado apercibamos ese Corazón tan adorable,
tan amable, ardiendo de amor hacia nosotros, y en el cual veremos todos nuestros
nombres escritos con letras de amor.
Y diremos: “pero, ¿es posible, mi querido Salvador, que me hayáis amado hasta el
punto de grabarme en vuestro Corazón?.” Y sin embargo será así. El Profeta, al hablar
de la persona de nuestro Señor, nos dice: “Aunque la madre olvidara al hijo de sus
entrañas, Yo no te olvidaré, pues tengo grabado tu nombre en mis manos.” Y, más tarde,
Jesús mismo enriquecerá esas palabras diciendo: “Aunque la madre pudiera olvidar a su
hijo, Yo o te olvidaré, porque te tengo grabado en mi Corazón.” ... Y añadirá nuestro
Señor: “Desde ahora estarás siempre conmigo y Yo contigo; desde ahora tú serás todo
mío y Yo todo tuyo.” Y nos descubrirá grandes secretos, y dirá: “Yo hice tal cosa para
salvarte y atraerte hacia Mí; te he esperado tanto tiempo, yendo tras de ti, obligándote,
con una dulce violencia, a recibir mi gracia. Te di aquella inspiración en aquel
momento... me serví de tal persona para atraerte....” En fin, Él nos irá descubriendo los
caminos que ha seguido para retirarnos del mal y disponernos a la gracia. (Sermones. X, 243 y IX, 116)

2 Noviembre: Los Fieles Difuntos

Hija mía, ¿no hay que adorar siempre y en todas partes esa suprema Providencia,
cuyos consejos siempre son santos, buenos y amables? Ella ha querido sacar de este
miserable mundo a nuestra buenísima y queridísima madre, para tenerla, así lo espero,
junto a Él, a su diestra. Confesemos, hija mía, confesemos que Dios es bueno y que es
eterna su misericordia...
En cuanto a mí, reconozco que tengo una gran pena por esta separación -es la
confesión que debo hacer de mi debilidad, después de haber hecho la de la bondad
divina-. Pero es una pena tranquila, aunque muy viva, pues digo con David: “Me callo,
Señor, y no abro la boca, pues sois Vos quien lo habéis hecho.” De no haber sido así, yo
hubiera gritado al recibir este golpe; pero no debo gritar ni demostrar disgusto al recibir
los golpes de esta mano paternal, a la cual, gracias a su Bondad, aprendí a amar
tiernamente desde mi juventud...
... Al llegar yo, ya ciega y medio adormecida, me acarició mucho y abriendo sus
brazos me besó. Ella rindió su alma al Señor el primero de marzo, dulce y
apaciblemente, con un porte y una hermosura mayor que nunca, ha sido una de las
personas más bellas que he visto muertas.
Además tengo que deciros que tuve el valor de darle la última bendición, cerrarle los
ojos y la boca y darle el último beso de paz en el momento de su muerte. Tras esto, el
corazón se me deshacía y lloré por esta buenísima madre como no había llorado desde
que soy eclesiástico, pero lloré sin amargura espiritual, gracias a Dios...
... Y recuerdo a nuestra pobre Carlotita, feliz ella de dejar la tierra antes de haberla ni
casi rozado. Es bueno llorar un poco porque tenemos un corazón humano y un natural
sensible. ¿Por qué no llorar por nuestros difuntos puesto que el Espíritu de Dios no sólo
nos lo permite sino que nos lo aconseja? “Dios nos lo dio, Dios nos lo quitó, bendito sea
su santo Nombre.” (Carta a la Baronesa de Chantal en la muerte de su madre, Mme. de Boissy. XIV, 260).


Triduo Pascual
Jueves santo

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón.” Lc 10, 27
Consideremos un poco cuál es el amor que el Señor nos tiene y por el que somos tan profundamente amados.
Os ruego que os fijéis en el encanto que pone el Salvador para expresarnos el ardor de su pasión de amor, tanto en sus palabras y afectos como en sus obras.
En sus palabras lo vemos claro, pues nunca habló tanto de ningún tema como del amor suyo hacia nosotros y del deseo que tiene de que le amemos. Ved qué celoso está de nuestro amor:
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todos tus pensamientos, con todas tus fuerzas, con todo tu espíritu y con todo lo que tú eres, es decir, todo lo que tú puedas.
En el Santísimo Sacramento parece que nunca se cansa de invitar a los hombres a recibirlo, pues nos inculca en forma admirable todo el bien que tiene preparado para los que se acercan a Él dignamente. “Yo soy el Pan bajado del cielo, el que me coma no morirá para siempre” Yo soy el Pan de vida” y tantas otras frases... Y hablando de su muerte, dice: “Con gran deseo he deseado celebrar esta Pascua con vosotros y nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.” ¿No creéis, queridas hijas, que tenemos una gran obligación de responder, en cuanto podamos, a este amor incomparable con el que hemos sido y somos amados por nuestro Señor?
Está claro que se lo debemos; por lo menos pongamos empeño en dárselo. Amar a Dios con todo el corazón, ¿qué otra cosa es sino amarle con todo nuestro amor, con todo nuestro ardiente amor? Para llegar a esto, no debemos amar otras muchas cosas, al menos con particular afecto.
Amarle con todo lo que somos es abandonarle todo nuestro ser para permanecer totalmente sometidos a su Amor. (Sermón del 30-9-1618. IX, 198)
Viernes santo
“Jesús Nazareno, Rey de los judíos.” Jn 19, 19
Para hablar de la Pasión, mediante la cual fuimos rescatados todos, tomaré como tema las palabras del título que Pilatos hizo escribir sobre la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos.” En este título están incluidas las causas de la divina Pasión, que se reducen a dos, expresadas por las palabras: Jesús Nazareno y Rey de los judíos.
Jesús quiere decir Salvador, así que ha muerto porque es salvador y para salvar hacía alta morir.
Rey de los judíos, o sea que es Salvador y Rey al mismo tiempo. Judío significa “confesor”; por tanto es Rey pero de sólo aquellos que le confiesen, y ha muero para rescatar a los confesores; sí, realmente ha muerto y con muerte de cruz.
Ahí tenemos pues, las causas de la muerte de Jesucristo: la primera, que era Salvador, santo y Rey; la segunda, que deseaba rescatar a aquellos que le confiesen.
Pero, ¿no podía Dios dar al mundo otro remedio sino la muerte de su Hijo? Ciertamente podía hacerlo; ¿es que su omnipotencia no podía perdonar a la naturaleza humana con un poder absoluto y por pura misericordia, sin hacer intervenir a la justicia y sin que interviniese criatura alguna?
Sin duda que podía. Y nadie se atrevería a hablar ni censurarle. Nadie, porque es el Maestro y Dueño soberano y puede hacer todo lo que le place.
Ciertamente pudo rescatarnos por otros medios, pero no quiso, porque lo que era suficiente para nuestra salvación no era suficiente para satisfacer su Amor.
Y qué consecuencia podríamos sacar sino que, ya que ha muerto por nuestro Amor, deberíamos morir también por Él, y si no podemos morir de amor, al menos que no vivamos sino sólo para Él. (Sermón del Viernes Santo, 25-3-1622. X, 360)
Sábado santo
“Hoy estarás conmigo en el paraíso... Mujer, ahí tienes a tu hijo” Jn 19, 25-27
“ Los hombres se pasan la vida pensando en lo que harán cuando se vayan a morir y en cómo dejar claras sus últimas voluntades... Y para ello, hacen su testamento aún en plena salud, por temor a que los dolores mortales les impidan manifestar sus intenciones.
Pero nuestro Señor sabía que Él conservaba su vida y la entregaría cuando quisiera y dejó su testamento para la hora de la muerte.
El Salvador no quiso dejarnos su testamento hasta la Cruz, un poco antes de morir y allí, antes que nada, lo selló. Su sello no es otro sino Él mismo, como había hecho decir a Salomón, hablando por medio de él a un alma devota: “Ponme como un sello sobre tu corazón.” Él aplicó su sello sagrado cuando instituyó el Santísimo y adorabilísimo Sacramento del Altar.
Después hizo su testamento, manifestando sus últimas voluntades sobre la cruz, un poco antes de morir, haciendo a cada hombre coheredero suyo.
Su testamento son las divinas palabras que pronunció sobre la cruz.
Me voy a fijar en dos: dice el buen ladrón: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”; a lo que Jesús responde: “Hoy estará conmigo en el Paraíso.” Palabra de gran consuelo, porque lo que ha hecho su Bondad por el buen ladrón, lo hará por todos sus otros hijos de la cruz, que son los cristianos.
Dichosos hijos de la cruz, pues tenéis la seguridad de que os vais a arrepentir; y al mismo tiempo de que nuestro Salvador será vuestro Redentor y de que os va a dar la gloria.
Mirando a su Madre de pie, junto a la cruz, con el discípulo amado, le dijo: “Mujer, he ahí a tu hijo” y puso en su corazón... ¿qué clase de amor? el amor materno.
Y María aceptó por suyos a todos los hijos de la cruz y se convirtió en Madre nuestra. (Sermón del Viernes Santo de 1620)
Vigilia pascual

“Cuantos hemos sido bautizados en Cristo, fuimos bautizados para participar en su muerte... Así pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.” Rom 6, 3 y 11
¿Quién no ve, Teótimo, que el gran Apóstol se refiere principalmente al éxtasis de la vida cuando dice: “yo vivo, más ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”? Él mismo se lo explica en otros términos a los Romanos, diciendo que “nuestro hombre viejo está crucificado con Cristo”, que estamos muertos al pecado junto con Él y que asimismo resucitaremos con Él para caminar en una vida nueva y ya no servir más al pecado...
En la vida primera, vivimos según el hombre viejo, o sea, según los defectos, debilidades y dolencias que contrajimos por el pecado de nuestro primer padre, Adán, y nuestra vida es una vida mortal, o mejor, la muerte misma; en la segunda vida, vivimos según el hombre nuevo, o sea, según las gracias, favores, disposiciones y voluntades de nuestro Salvador y como consecuencia, vivimos en la salvación y en la redención; y esta nueva vida es una vida viva, vital y vivificante.
Pero quien quiera llegar a una vida nueva tiene que pasar por la muerte de la vieja, crucificando su carne con todos sus vicios y concupiscencias (Ga 5, 24) y enterrarlos en las aguas del bautismo o de la penitencia: como Naamán, que ahogó y enterró en las aguas del Jordán su antigua vida leprosa, para vivir una vida nueva, sana y limpia.
Y bien se podía decir de este hombre que ya no era el viejo Naamán leproso, sino un Naamán nuevo, limpio y sano; que había muerto a la lepra para vivir en la salud y en la limpieza.
Por tanto, quien resucita a esta vida nueva del Salvador, ya no vive para sí, ni en sí, sino en su Salvador y para su Salvador. (Tratado del Amor de Dios. Libro VII, Cáp. 5. 31, 32)
Tiempo Pascual
Domingo de Resurrección
“Nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolada: festejémoslo en la alegría del Señor.” 1 Co 5, 7-8
La Iglesia en estos días no deja de hacer sonar su alegría, el cántico nuevo, el santo
Aleluya. Todos sus oficios, todas sus oraciones van entremezclados con este grito de júbilo:
¡Aleluya! ¡Qué oración tan breve y tan excelente! ¡Qué energía tiene! Porque no significa solamente: alabemos a Dios, sino que expresa las alabanzas divinas de manera inefable, con el acento del amor, con el entusiasmo del corazón.
Es un lenguaje celestial que no hay lengua que pueda traducirlo; es un grito de alegría, un entusiasmo de admiración; un impulso del más vivo agradecimiento.
Y ¿por qué, ya desde ahora, nos hace la Iglesia entonar los celestiales conciertos de la vida bienaventurada? Es sin duda porque por la fe ya habitamos en el cielo. Ya hay un amor que se goza; es el de los bienaventurados. Hay otro amor que desea; es nuestra porción.
Y tanto el uno como el otro, cantan ¡Aleluya! porque ni uno ni otro pueden reprimir sus transportes de júbilo al ver al Cordero, de pie, delante del trono, como inmolado.
Este cordero como inmolado es Jesucristo que, en el cielo, conserva sus llagas, señales conmovedoras de su inmolación. Y al contemplarlo, todos los bienaventurados celebran la embriaguez de su gozo.
Y nosotros, los habitantes de la tierra, estamos llamados a compartir esos divinos transportes y debemos contemplar también, con los ojos del corazón, las adorables
llagas de nuestro buen Maestro.Bien podemos asegurar que Él nos ama infinitamente más que lo que nos amamos a nosotros mismos. Cantemos pues, el Aleluya del agradecimiento, en los transportes inefables de una alegría sin medida. Sus llagas constituyen un monumento eterno de su amor, de la caridad más tierna y más generosa. ¡Oh amabilísimas heridas de mi
Salvador. Oh llagas que no respiran sino Amor! (Sermón. VIII, 424, 425, 429)


Domingo de Ramos
Palabras de nuestro Santo Padre  Francisco de Sales

Como no recuerdo lo que os dije otras veces sobre el tema de esta fiesta en la cual Jesucristo nuestro Señor hizo su entrada en Jerusalén, he pensado explicaros las razones que le movieron a escoger una burra y su pollino para esta entrada real.

La primera es la humildad de este animal; la segunda su paciencia y la tercera, que se dejó montar... No fue casualidad que la burra ya hubiese llevado carga y que el pollino nunca hubiera llevado peso; es porque Dios había cargado ya al pueblo judío con su Ley mientras que los gentiles nunca la habían recibido; venía pues el Señor a imponer su yugo, esa es la razón de haber montado un pollino...

La primera razón era la humildad: escogió, entre todos los animales, el más simple y humilde, pues estando enamorado de la humildad y la bajeza, nada que no fuera humilde podía servirle de montura, Dios no habita ni descansa sino en el corazón humilde y sencillo... Le han humillado y despreciado porque Él así lo ha querido y Él mismo es quien se ha abajado y ha escogido las abyecciones; Él, que era siempre y en todo igual a su Padre, sin dejar de ser lo que era, buscó la repulsa y el rechazo de los hombres.

La segunda es la paciencia... El Señor ha amado tanto esta virtud que ha querido ser un ejemplo y un espejo de ella; ha sufrido con una paciencia invencible que le pegasen y maltratasen. La humildad tiene tanto en común con la paciencia que no pueden ir una sin la otra: quien quiera ser humilde, tiene que ser paciente pues no se pueden soportar, por largo tiempo, los trabajos y adversidades de esta vida sin tener humildad, y ésta nos vuelve dulces y pacientes...

El tercer motivo fue porque este animal es obediente y se deja cargar cómo y tanto como se quiere, sin disgusto y sin sacudir nunca la carga que se le pone encima...

¡Bienaventuradas las almas que son dóciles y sumisas, pues el Señor las conducirá! (Sermón del 20-3-1622)

Día litúrgico: Domingo VI (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,17-37): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

»Habéis oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal'. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

»Habéis oído que se dijo: 'No cometerás adulterio'. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna. También se dijo: 'El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio'. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio.

»Habéis oído también que se dijo a los antepasados: 'No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos'. Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno».

Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
Dios tiene un gran deseo de que observemos sus mandamientos. Hasta el más suave mandato se vuelve áspero si está impuesto por un tirano, pero se convierte en algo muy fácil cuando es el amor el que lo manda.

Mucha gente guarda los mandamientos como quien traga una medicina; lo hacen, más por miedo a condenarse que por dar gusto al Salvador...

En cambio, los corazones enamorados aman los mandamientos y cuanto más difíciles, los encuentran más amables y más agradables, pues así complacen más a su Amado y le dan más honor; hasta entonan himnos de alegría cuando Dios les enseña sus mandamientos.

Igual que el peregrino va cantando en su camino y añade así el esfuerzo del canto al esfuerzo de caminar; y sin embargo, con ese aumento de trabajo, ameniza y aligera su marcha.
Así el amante sagrado encuentra mucha suavidad en los mandamientos y no hay nada en esta vida mortal que le dé tanto ánimo y tanto solaz como la agradable carga de los preceptos de su Dios.
De ese modo, el amor divino nos conforma a la voluntad de Dios y nos hace observar cuidadosamente los mandamientos, pues son el deseo absoluto de su divina Majestad, a la cual queremos agradar.
Y con su dulce y amable violencia nos suaviza la necesidad de obedecer, que la ley nos impone, y convierte esta necesidad en virtud de dilección, volviendo deleite todo lo que era dificultad.
(Tratado del Amor de Dios)
 
Día litúrgico: Domingo II (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Jn 1,29-34): En aquel tiempo, vio Juan venir Jesús y dijo: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel».

Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales


¿No sabéis que se ha dicho que el Salvador recibió gracias infinitas y que los dones del Espíritu Santo reposaron sobre su cabeza? Y esto ¿por qué? siendo Él la gracia misma, no tenía ni podía tener ninguna necesidad.

Eso fue así para darnos a entender que todas las gracias y bendiciones celestiales tienen que sernos distribuidas por Él, dejándolas caer sobre nosotros, que somos miembros de la Iglesia, cuya Cabeza es Él.

Y en prueba de esta verdad, oíd lo que Él mismo dice a la amada del Cantar de los Cantares: ábreme, esposa mía, hermana mía.” La llama “esposa mía” por la grandeza de su amor, y “hermana mía” para testimoniar la pureza de su afecto... ¿No pensáis que quiere decirnos el Amado de nuestra alma, que desea ardientemente que su esposa le abra pronto la puerta de su corazón, para que Él pueda derramar los dones y gracias que tan abundantemente había recibido de su Padre como rocío y como licor preciosísimo?

El Padre Eterno hizo un gran don al mundo al darle a su propio Hijo, pero fue un regalo encubierto, limitado a nuestra humanidad y mortalidad.

Los presentes se estiman según el amor con que van hechos; y éste está hecho no solamente con grandísimo amor, sino que es el mismo Amor el que se nos da; porque todos sabemos que el Espíritu Santo es el Amor del Padre y del Hijo.

No es posible considerar la grandeza del don del Espíritu Santo en todos sus efectos, según nos lo envía el Padre Eterno por medio de nuestro Señor, para su Iglesia; y según es enviado a cada uno de nosotros en particular. (Sermón del 7-6-1620)


Día litúrgico: La Epifanía del Señor
Texto del Evangelio (Mt 2,1-12): Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel’».

Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle».

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.

Palabras de nuestro Santo Padre  Francisco de Sales

Es una gran fiesta, en la que celebramos que la Iglesia de los Gentiles es aceptada por Cristo y recibida por Cristo. Sí, es una gran fiesta porque los gentiles llegan a Cristo y a la Casa del Pan.
            La Epifanía es el día de los dones. Nunca ha recibido Cristo regalos más espléndidos y ahí tenemos la manera de ofrecer nuestros presentes a Dios. Los Magos nos lo pueden enseñar, ya que el primer acto de cada clase sirve de tipo a lo demás. Veamos, pues, las circunstancias: ¿Quién? ¿Qué? ¿A quién? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Quién? Unos Reyes sabios. Antes de haber recibido la fe, ya creían. Reyes piadosos, que observaban las estrellas siguiendo la profecía de Balaam; su devoción se demuestra al dejar sus reinos y al acudir y presentarse intrépidamente al rey Herodes y confesarle ingenuamente su fe. ¿Qué? Oro, incienso y mirra. Las opiniones de los doctores están divididas cuando explican la razón de estos presentes. Strabus dice que trajeron de lo que producía su país de Arabia. Todo agrada a Dios: Abel le daba de sus rebaños y el que no tenía sino una piel de cabra, también podía ofrecérsela. Honra al Señor con tus bienes.
            Hay quienes ofrecen al Señor lo que no poseen. Hijo mío, ¿por qué no eres más devoto? Lo seré en mi ancianidad. Pero, ¿sabes tú que llegarás a viejo? Otro dice: Si yo fuese capuchino, ofrecería sacrificios al Señor. Honra al Señor con lo que tienes. Si yo fuese rico... yo daría... Honra al Señor con tu pobreza. Si yo fuera santo... Honra al Señor con tu paciencia, si yo fuera doctor..., honra al Señor con tu sencillez... De lo que tienes, el valor de tu ofrenda se mide en relación con lo que posees. San Agustín dice que los Magos le trajeron oro como a rey; incienso como a Dios; mirra como a hombre. ¿A quién? ¡A Cristo nuestro Señor! ¿Por qué? ¡Hemos venido a adorar al Señor! ¿Cómo? ¡Se postraron y le adoraron!
Y no digamos que no tenemos nada muy grande para regalarle. Nada hay suficientemente digno de Dios. Debéis decir: “Yo quiero, Divino Niño, darte el único bien que poseo: yo mismo, y te ruego que aceptes este don.” Y Él nos responderá: “Hijo mío, tu regalo no es pequeño sino en tu propia estima.”(Sermón. VIII, 38)



Día litúrgico: Domingo IV (A) de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.



Palabras de nuestro Santo Padre  Francisco de Sales

Estamos esperando la venida, el nacimiento de nuestro querido Salvador y Maestro.
Bien; mi plan es daros una pequeña catequesis sobre la Encarnación, ya que esto no es ni una predicación ni una exhortación. Según Sto. Tomás, todos estamos obligados a oír sobre los misterios de la fe y a saber lo que debemos creer; no como los teólogos, para discutir esos misterios; ¡No! No digo eso, sino a la manera que conviene a los simples fieles.
Por tanto, no voy a hablar aquí doctamente sobre el misterio de la Encarnación, sino con sencillez, para que se me pueda comprender mejor. Y para ello dividiré mi discurso en tres puntos:
En el primero veremos quién ha hecho el misterio de la Encarnación.
En el segundo, lo que es la Encarnación.
En el tercero, para qué se ha llevado a cabo la Encarnación.
Ante todo, sabemos que es el Padre quien nos ha dado a su Hijo, pues leemos que “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único.” Sin embargo, no es sólo el Padre el que ha hecho la Encarnación, sino también el Hijo y el Espíritu Santo. Y aunque toda la Santísima Trinidad haya intervenido en este misterio, sin embargo, es solamente la Segunda persona la que se ha encarnado.
Los antiguos doctores nos aportan muchas comparaciones para que lo comprendamos; pero para hacerlo más inteligible, me acomodaré a nuestra manera.
Pensemos en una joven a la que se la da el hábito: la Superiora, la Maestra, la visten, le ponen el hábito, pero no por ello deja ella misma de colaborar. Por tanto, intervienen tres personas en este acto: la Superiora, la Maestra y la joven y sin embargo, una sola queda vestida, la que toma el hábito. Así pasa en la Encarnación: El Padre hace la Encarnación, el Espíritu Santo la hace y lo mismo el Hijo, que es el que se encarna. Ni el Padre ni el Espíritu Santo se encarnan, solamente la persona del Hijo es la que queda revestida de nuestra humanidad.
Así podemos entender cómo las tres Personas de la Santísima Trinidad han colaborado en el misterio de la Encarnación, aunque solamente el Hijo se haya revestido de nuestra naturaleza.
(Sermón a las religiosas de la Visitación de Annecy: 24 de diciembre 1620)



Día litúrgico: Domingo III (A) de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 11,2-11): En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».

Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él».

Palabras de nuestro Santo Padre  Francisco de Sales

La ley prometía al pueblo judío que se le iba a enviar un gran profeta. Y había diversas opiniones sobre quién sería ese gran personaje; la más común pensaba que no era otro que el Hijo de Dios. San Juan se dio perfecta cuenta de que no le estaban preguntando simplemente si él era profeta, y que si afirmaba que lo era, le creerían el gran Profeta prometido y le reconocerían como tal; y por eso lo negó, pues comprendió que, sin mentir, podía muy bien responder que no lo era.
Si me preguntaseis sencillamente quién soy, yo os respondería sencillamente: “me han enviado para preparar los caminos del Mesías.” Ahí tenéis cómo San Juan rechazó esa tentación de orgullo y de ambición; y cómo la humildad le procuró recursos e ideas admirables para no admitir ni recibir el honor que se le quería otorgar, disimulando y negando ser lo que verdaderamente era...
¿Queréis saber quién soy yo? yo os digo que no soy nada más que una voz... San Juan no hubiera podido rebajarse más al decir que era sólo una voz. “Creéis que soy el Mesías y yo os aseguro que no soy más que una simple voz.” En resumen, nuestro Señor nos propone a san Juan como modelo a imitar para toda clase de personas.
No solamente deben copiarlo los prelados y predicadores, sino también los religiosos y religiosas tienen que considerar su humildad y su mortificación, para ser ejemplo suyo, voces los unos para los otros, voces que clamen que hay que preparar y allanar los caminos del Señor para que, recibiéndole en esta vida, gocemos de Él en la otra...
(Sermón del 13 de diciembre de 1620. )





Día litúrgico: Domingo II (A) de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 3,1-12): Por aquellos días se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos». Éste es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas’. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.

Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga».
Palabras de nuestro Santo Padre  Francisco de Sales
Los caminos tortuosos no sirven sino para cansar y desviar a los que transitan por ellos; por tanto hay que enderezarlos e igualarlos para la venida de nuestro Señor. Hay que enderezar tantas intenciones desviadas, para no tener sino una, la de agradar a Dios, haciendo penitencia. Esa es la meta a la que debemos aspirar.
Como el marino que conduce su barquilla tiene siempre puestos los ojos en la aguja marinera y los que conducen grandes barcos tienen bien sujeto el timón, también nosotros debemos tener los ojos bien abiertos para abrazarnos a los actos de penitencia y ejercitarnos en ellos.
Pero hay personas que no quieren saber nada de penitencias hasta que no tienen otro remedio. ¡OH!, dicen ellas, “Dios es tan bueno y tan misericordioso que nos podremos arreglar muy bien con Él; pasémoslo bien ahora y cuando vayamos a morir rezaremos devotamente el Confiteor y Dios nos perdonará.” ¿Qué es eso, sino una gran presunción por parte de ellas, que quieren aprovechar la bondad divina para seguir encenagados en su pecado?... Enderezad los caminos del Señor”, es decir, igualad vuestro humor mediante la mortificación de las pasiones, inclinaciones y aversiones. Esta igualdad de carácter es la virtud más agradable de la vida espiritual, y por la que siempre debemos trabajar.
¡Dios mío, qué cosa más amable y más agradable es ver en alguien esta igualdad de carácter! ¡Estamos tan alejados de ella! ¡Somos tan variables y tan inconstantes...! Esos son los caminos que tenemos que “enderezar” para la venida de nuestro Señor; y para conseguirlo, vayamos a la escuela del glorioso San Juan Bautista y entremos -o mejor roguémosle que nos reciba en el número de sus discípulos. (Sermón del 20 de diciembre de 1620)


Día litúrgico: Domingo I (A) de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 24,37-44): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada.

»Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales

Cristo viene en nuestra búsqueda y la Iglesia nos invita a recibirle bien... Pero ¿por qué habla Jesucristo del juicio y del fin del mundo? Para llenarnos de temor. Y ¿por qué quiere Él que temamos? Para que amemos, porque el temor “es el principio de la sabiduría”, y el salmista añade: Bienaventurados los que temen al Señor.” Pero para comprender mejor una cosa tan necesaria, sabed que hay dos clases de temor: el uno, humano; el otro, divino; el temor de esclavos y el temor de los hijos. El temor servil permanece en nosotros para servir al amor... y el amor emplea el temor servil para rechazar al enemigo.

Los barqueros, aunque partan con viento favorable y en estación propicia, jamás olvidan llevar consigo los cordeles, las áncoras y otras cosas que se requieren en momentos difíciles de accidentes y de tempestades; pues así, el servidor de Dios, jamás debe estar desprovisto del temor de los juicios divinos, sino que se servirá de él en las tormentas y en los asaltos de las tentaciones. La piel de la manzana, aunque de poco valor en sí, sin embargo sirve perfectamente para conservar la manzana a la cual recubre. Así el temor servil, que comparado con el amor tan poco vale, también es muy útil para conservar el amor en medio de los riesgos de esta vida.

El que ofrece una granada, ciertamente la da por los granos y el jugo que lleva dentro, pero no deja de dar también la cáscara. Pues así el Espíritu Santo entre sus dones confiere el del temor amoroso a las almas de los suyos, a fin de que teman a Dios como Padre y Esposo, pero tampoco deja de darles el temor servil, como complemento del otro; porque el temor, como dice San Agustín, es el servidor de la caridad, a la cual prepara la morada.


(Sermón 1610 y Tratado Amor de Dios)

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