miércoles, 3 de abril de 2013

Reflexiones de Nuestro Santo Fundador Francisco de Sales para este año Litúrgico

Solemnidad de Cristo Rey

Texto del Evangelio (Lc 23,35-43): En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido». También los soldados se burlaban de Él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!». Había encima de él una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos».

Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
 
            Pilato hizo escribir sobre la cruz: “Jesús Nazareno, rey de los judíos” Jesús, quiere decir Salvador; de modo que murió por ser Salvador y para salvarnos tenía que morir. Rey de los judíos, quiere decir que es Rey y Salvador a un tiempo. Judío, quiere decir “el que confiesa”; por tanto es Rey, pero solamente de los judíos, o sea, solamente de los que le confiesan. Y para rescatar a esos que le confiesan, ha muerto. Sí, verdaderamente ha muerto. Y con muerte de cruz. Así que ahí están las causas de la muerte de Jesucristo. La primera, porque es Salvador, Santo y Rey; la segunda, porque quería rescatar a los que le confesasen, que eso significa la palabra judío, que Pilato escribió en el título sobre la cruz; cosa que hizo por inspiración divina. Su vocación ha sido esa, la de ser Salvador; por eso ha puesto tanto empeño en probársela a los hombres y no solamente por medio de los Patriarcas y Profetas, sino que lo hizo Él mismo; y cosa rara, hasta a veces se ha servido para ello de la boca de los impíos y de los mayores bandidos... Y ¡cómo lucha nuestro Dios para demostrar la verdadera vocación de su Hijo! Pilato declaró muchas veces que nuestro Señor era inocente y que no encontraba ningún motivo para darle muerte; aseguró públicamente que aunque le condenaba, él sabía bien que no era culpable y que tenía que haber alguna otra causa que Pilato desconocía.

            El amor solamente se paga con amor, así que al devolver a nuestro Señor amor por amor y alabanzas y bendiciones, que todo eso le debemos por su pasión y muerte, le tenemos que confesar como nuestro Libertador, nuestro Salvador y nuestro Rey.

(Sermón. X, 360)


Día litúrgico: Domingo XXXIII (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 21,5-19): En aquel tiempo, como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Él dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato».

Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales

            No, no os asustéis de nada. Me refiero a esos asaltos de los que me hablasteis cuando estuvisteis aquí. Poneos a salvo mediante nuestras grandes e inviolables resoluciones. Y no nos asustemos de sus embrollos: él (el diablo) no podrá hacernos ningún mal y por eso quiere, al menos, inquietarnos y asustarnos; y, con esa inquietud, cansarnos y hacernos abandonar todo.

No hay que temer más que a Dios y eso, con temor amoroso; tengamos bien cerradas las puertas; cuidemos de que no se vengan abajo las murallas de nuestras resoluciones y vivamos en paz.

Dejemos al enemigo que ronde y dé vueltas. Y creedme, hija mía, no os atormentéis por las sugestiones que os haga. Hay que tener paciencia para aguantar su ruido y su gresca en los oídos del corazón porque más que eso no nos podrá hacer.

¿Sabéis, hija mía, lo que me viene a la memoria? Os lo digo enseguida pues me llena de alegría. Estoy en Viu, que es tierra de nuestro Obispado. Antiguamente estaba aquí la gente obligada a hacer callar a las ranas de los pantanos y ciénaga mientras el Obispo dormía. Creo que era una ley dura y no pienso seguir exigiéndola. Que croen las ranas todo lo que quieran; con tal de que los sapos no me muerdan, si tengo sueño no me lo van a quitar. No, hija mía, si estuvieseis aquí, tampoco me empeñaría en hacer callar a las ranas, simplemente os diría que no os preocuparais ni pensaríais en el ruido que hacen. No hace falta que os comente la gracia que me ha hecho todo esto.

Llevad siempre la cruz del Señor sobre vuestro pecho y que no os entren dudas, pues mientras tengáis la cruz entre vuestros brazos, el enemigo estará siempre bajo vuestros pies.

(Carta a la Baronesa de Chantal; 18 Febrero de 1605)

LOS FIELES DIFUNTOS
Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43):
Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales

Hija mía, ¿no hay que adorar siempre y en todas partes esa suprema Providencia, cuyos consejos siempre son santos, buenos y amables? Ella ha querido sacar de este miserable mundo a nuestra buenísima y queridísima madre, para tenerla, así lo espero, junto a Él, a su diestra. Confesemos, hija mía, confesemos que Dios es bueno y que es eterna su misericordia...

En cuanto a mí, reconozco que tengo una gran pena por esta separación -es la confesión que debo hacer de mi debilidad, después de haber hecho la de la bondad divina-. Pero es una pena tranquila, aunque muy viva, pues digo con David: “Me callo, Señor, y no abro la boca, pues sois Vos quien lo habéis hecho.” De no haber sido así, yo hubiera gritado al recibir este golpe; pero no debo gritar ni demostrar disgusto al recibir los golpes de esta mano paternal, a la cual, gracias a su Bondad, aprendí a amar tiernamente desde mi juventud...

... Al llegar yo, ya ciega y medio adormecida, me acarició mucho y abriendo sus brazos me besó. Ella rindió su alma al Señor el primero de marzo, dulce y apaciblemente, con un porte y una hermosura mayor que nunca, ha sido una de las personas más bellas que he visto muertas.

Además tengo que deciros que tuve el valor de darle la última bendición, cerrarle los ojos y la boca y darle el último beso de paz en el momento de su muerte. Tras esto, el corazón se me deshacía y lloré por esta buenísima madre como no había llorado desde que soy eclesiástico, pero lloré sin amargura espiritual, gracias a Dios...

... Y recuerdo a nuestra pobre Carlotita, feliz ella de dejar la tierra antes de haberla ni casi rozado. Es bueno llorar un poco porque tenemos un corazón humano y un natural sensible. ¿Por qué no llorar por nuestros difuntos puesto que el Espíritu de Dios no sólo nos lo permite sino que nos lo aconseja? “Dios nos lo dio, Dios nos lo quitó, bendito sea
su santo Nombre.” (Carta A la baronesa de Chantal en la muerte de su madre, Mme de Boissy XIV, 260)
 
 
 
 
 

 
 
Todos los Santos
Texto del Evangelio (Mt 5,1-12a):
En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».
Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
No voy a hablaros hoy, mis queridas Hermanas, de la felicidad que tienen los bienaventurados en la clara visión del rostro de Dios, al que ven y verán sin fin en su esencia, porque eso es la felicidad esencial y no voy a tratar de ello.
Tampoco voy a hablar de una cierta gloria accidental que reciben los Santos en las conversaciones entre ellos, porque los bienaventurados se conocen unos a otros y cada uno por su nombre y allí encontraremos a las personas a quienes más particularmente hemos amado.
... Pero sí os hablaré del honor y de la gracia que nos está reservada de conversar con nuestro Señor mismo. Ahí es donde nuestra felicidad tomará indecible incremento, inenarrable. Os ruego que penséis qué será de nosotros, qué haremos nosotros cuando a través de la sagrada abertura de su Costado apercibamos ese Corazón tan adorable, tan amable, ardiendo de amor hacia nosotros, y en el cual veremos todos nuestros nombres escritos con letras de amor. Y diremos: “pero, ¿es posible, mi querido Salvador, que me hayáis amado hasta el punto de grabarme en vuestro Corazón?.” Y sin embargo será así. El Profeta, al hablar de la persona de nuestro Señor, nos dice: “Aunque la madre olvidara al hijo de sus entrañas, Yo no te olvidaré, pues tengo grabado tu nombre en mis manos.” Y, más tarde, Jesús mismo enriquecerá esas palabras diciendo: “Aunque la madre pudiera olvidar a su hijo, Yo o te olvidaré, porque te tengo grabado en mi Corazón.” ... Y añadirá nuestro Señor: “Desde ahora estarás siempre conmigo y Yo contigo; desde ahora tú serás todo mío y Yo todo tuyo.” Y nos descubrirá grandes secretos, y dirá: “Yo hice tal cosa para salvarte y atraerte hacia Mí; te he esperado tanto tiempo, yendo tras de ti, obligándote, con una dulce violencia, a recibir mi gracia. Te di aquella inspiración en aquel momento... me serví de tal persona para atraerte....” En fin, Él nos irá descubriendo los caminos que ha seguido para retirarnos del mal y disponernos a la gracia. (Sermones. X, 243 y IX, 116)
 
 

 
 
Día litúrgico: Domingo XXVIII (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 17,11-19): Un día, sucedió que, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.

Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».



Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
Es preciso que sepamos esta verdad: que mientras estemos en esta miserable vida, siempre tendremos necesidad de purificarnos y de renunciarnos a nosotros mismos. La vida no se nos ha dado para otro fin. Es un error creer que podemos llegar a ese punto de perfección en el que ya no queda nada por hacer, pues nuestro amor propio va produciendo siempre algunos retoños de imperfecciones que hay que cercenar.
            Se sirve de nuestros sentidos y es tan malicioso que en el momento en que le impedimos hacer de las suyas, en el de la vista, ataca el del oído y así sucesivamente; o sea, que estamos en el tiempo en el que es preciso trabajar.
            Y ¿cuál es ese yo que hay que purificar, puesto que tenemos dos yo, que sin embargo no forman sino una sola persona? Tenemos uno del todo celestial, que es el que nos hace hacer las obras buenas; es ese instinto que Dios nos ha dado para amarle y para aspirar a gozar de la Divinidad en la gloria eterna.
            Pero tenemos otro yo, y a ése es al que hay que renunciar; son nuestras pasiones, nuestras malas inclinaciones, nuestros afectos depravados, en una palabra: el amor propio del cual ya hemos hablado.
            No nos engañemos: pensando poder seguir a nuestro Señor sin renunciar del todo y sin reservas a ese yo mismo, pues el mismo Señor así nos lo ha enseñado.
            Renunciarse no es otra cosa que purificarse de todo lo que se hace por instinto de nuestro amor propio, el cual ya lo sabemos, producirá, mientras estemos en esta vida, retoños que hay que cortar, igual que se hace con las viñas. Pues no basta darle una vez firmemente, sino que hay que cortar a su tiempo, luego quitarle la hojarasca y eso varias veces al año, con la hoz en la mano para podar lo superfluo.
            Hay que tener valor para no dejarse deprimir, ni asustarse de nuestras imperfecciones, ya que tenemos todos los años de nuestra vida para irnos deshaciendo de ellas.
(Sermón. IX, 16)


Día litúrgico: Domingo XXIV (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 15,1-32):


En aquel tiempo, todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.
»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.
»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.
»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’. Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
            ¡Oh, Padre, estoy desnudo y desprovisto de las vestiduras de las virtudes. Revestidme, Vos, que revestís el cielo con tantas estrellas y la tierra con tantas flores!; dadme el traje nupcial de la caridad... el vestido de la obediencia, para que obedezca vuestros mandamientos y leyes; la vestidura de la humildad, para que sea agradable a vuestros ojos.
            Revestidme con las ricas vestiduras de las virtudes infusas; dadme la fe perfecta; la esperanza firme; la ardiente caridad.
... Ese nombre de Padre, me da valor, para que, cuando yo caiga, me anime a correr a vuestros brazos con contrición, pues seré recibido aún mucho más amorosamente que lo fue el hijo pródigo.
            Y ahora, al recordar mis faltas pasadas, corro a Vos, Padre, y os digo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra Vos, no soy digno de ser llamado vuestro hijo, tratadme como a uno de vuestros criados.” O bien: “Padre, como conozco vuestra Misericordia y el amor que me tenéis, venid a buscarme, abridme los brazos de vuestra misericordia, abrazad a este hijo pródigo, dadme el vestido de la inocencia, el anillo de la fe viva, las sandalias de los ejemplos de los santos que debo imitar.
            Dadme, oh Padre, a vuestro Hijo bendito en el Santísimo Sacramento, para que Él sea el alimento de mi alma.
            También os pido, Padre, que os dignéis abrasar mi corazón con el fuego del Espíritu Santo. Con ese gran fuego abrasad mis afectos, para que no vaya yo mendigando las cosas bajas de la tierra, sino que, arrastrado por su virtud, busque las cosas eternas del cielo....”
(Extracto de la explicación de la oración dominical. XXVI, 389, 392, 398)

Natividad de la Virgen María




Evangelio según san Mateo (1,1-16.18-23):El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»


Palabras de San Francisco de Sales

Hija mía querida, ¿cuándo será el día en que nuestra Señora nazca en nuestro
corazón?



En cuanto a mí, veo claramente que no soy digno de ello; y vos pensaréis lo mismo de vuestra alma. Pero su Hijo nació en un establo; así que ¡ánimo! Hagámosle un sitio a esta santa reineceita. A ella sólo le gustan los lugares que la humildad y la sencillez han hecho profundos y que la caridad ha ensanchado. Ella está muy a gusto junto al pesebre y junto a la cruz. Y no se preocupa cuando tiene que ir a Egipto, porque lleva a su querido Hijo con Ella.

Aunque el Señor nos haga girar de un lado a otro, como a otro Jacob; aunque nos oprima, nos presione, nos empuje ya a un lado ya a otro... en una palabra: aunque nos llene de males, nunca le dejaremos sin que antes nos haya dado su paternal bendición.

Hija mía, el Señor nunca nos deja abandonados si no es para retenernos mejor;
jamás nos desampara sino para guardarnos mejor; jamás lucha con nosotros sino para rendirse y bendecirnos.
Marchemos, caminemos por los profundos valles de las virtudes humildes y pequeñas.Y encontraremos rosas entre las espinas; esa claridad que resplandece entre aflicciones interiores y exteriores: el lirio de la pureza, las violetas de la mortificación... qué sé yo...
Me gustan sobre todo estas tres virtudes pequeñas: la dulzura de corazón, la pobreza de espíritu y la sencillez de vida...
No, nuestros brazos todavía no son lo suficientemente largos como para alcanzar los cedros del Líbano. Contentémonos con el hisopo que hay en los vallecitos. Y todo ello sin apresuramientos, con una verdadera libertad...
Nuestras impotencias nos impiden quejarnos a nosotros mismos y remontarnos sobre nosotros mismos; pero no nos pueden impedir el entrar dentro de nosotros, ni tampoco el humillarnos con valor. (Carta a Santa Juana F. de Chantal. 8 de septiembre de 1605. XIII, 91)


 




Día litúrgico: Domingo XXIII (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 14,25-33):
En aquel tiempo, mucha gente caminaba con Jesús, y volviéndose les dijo: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
»Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.
»Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales    
Nosotros, que queremos comprar el cielo y construir ese gran edificio de la perfección, somos unos locos cuando no consideramos si tendremos con qué pagar y lo que nos va a costar conseguirlo.
            La moneda con la cual hay que pagar esta perfección es nuestra propia voluntad, la cual tenemos que venderla y deshacernos de ella, apartándola enteramente.
            Hay que renunciarse a sí mismo y tomar la cruz; hay que someter nuestro propio juicio, dejar nuestras malas inclinaciones y humores. Y no lo conseguiremos jamás por otro camino; hay que vender todo para lograr esa perla preciosa del amor sagrado que
            Dios nos tiene preparado si somos fieles en trabajar para adquirirla.
            Dichosas las almas que beben cáliz con nuestro Señor, que se mortifican, que llevan la cruz y sufren con amor por su amor y reciben de la mano de Dios igualmente toda clase de acontecimientos....
            Pero, Señor, ¡se encuentran tan pocas de éstas! Sin embargo siempre hay excepciones... En verdad, nosotros no poseemos sino una pequeñísima parte de nosotros mismos; así, no somos dueños de nuestra fantasía, pues no podemos garantizar que no nos haremos un infinito número de ilusiones y de imaginaciones; otro tanto hay que decir de nuestra memoria: cuántas veces quisiéramos recordar cosas y no lo logramos, o al contrario, quisiéramos olvidar muchas otras que no podemos olvidar.
            Veréis que no hay más que una sola partecita de la que somos dueños y es la voluntad. La poseemos de tal manera que ni Dios mismo se ha reservado soberanía sobre ella dándole al hombre libre jurisdicción para abrazarse al mal o seguir el bien, como él quiera.
(Sermones del 6-3-1616 y del 2-10-1622. IX, 82 y X, 397, 398)

Día litúrgico: Domingo XXI (C) del tiempo ordinario






Texto del Evangelio (Lc 13,22-30): En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’; y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
Teótimo, si recibiéramos las inspiraciones del cielo con toda su virtud, ¡en qué poco tiempo haríamos progresos grandes en la santidad!
            Por abundante que sea el manantial, las aguas no entran en el huerto según su fluir, sino según el tamaño mayor o menor del canal que las conduce allí.
            Aunque el Espíritu Santo, como fuente de agua viva, rodee nuestro corazón por todas partes para extender su gracia en él, como no quiere entrar sin nuestra libre voluntad y consentimiento, no derramará esas gracias sino en la medida de nuestra propia disposición y cooperación.
            San Pablo nos exhorta a no recibir la gracia de Dios en vano. Y la recibimos en vano cuando la recibimos en la puerta, pero sin el consentimiento del corazón; así la recibimos sin recibirla, es decir, la recibimos sin fruto ya que de nada vale sentir la inspiración sin consentir en ella.
            Si conocieras el don de Dios... dijo el Salvador a la Samaritana. Fíjate, Teótimo, en cómo habla el Salvador cuando se trata de sus atractivos: si conocieras el don de Dios, sin duda te quedarías conmovido y atraído a pedir el agua de vida eterna; como diciendo: te sentirías urgido a pedirla y sin embargo, nadie te forzaría a ello; hay que expresarlo así: “quizá, la pidieses”, pues conservarías tu libertad de pedirla o no.
            No podemos impedir que la inspiración nos empuje y por tanto nos conmueva; pero si cada vez que nos empuja la rechazamos, para no seguir su movimiento, entonces estamos resistiéndola.
            Teótimo, las inspiraciones nos previenen y, antes de que podamos pensar en ellas, se hacen sentir; pero una vez que las sentimos, ya es cosa nuestra el consentir y secundarlas. Se hacen sentir en nosotros sin nosotros, pero no se consienten sin nosotros.
(Tratado del Amor de Dios. IV, 121)

Día litúrgico: Domingo XX (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 12,49-53):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división. Porque, de ahora en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra».
Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
            Aunque la Redención del Salvador se nos aplica de muchas maneras diferentes, siempre el amor es el medio universal de nuestra salvación, entra en todas esas maneras y sin él nada hay salvífico.
            El querubín, puesto a la puerta del Paraíso con la espada de fuego, nos enseña que nadie puede entrar en el paraíso celestial sin haber sido traspasado por el amor.
            Por eso, Teótimo, el dulce Jesús, que nos ha rescatado con su Sangre, desea infinitamente que le amemos para que seamos eternamente salvos, para que le amemos eternamente, ya que su amor tiende a nuestra salvación y nuestra salvación a su amor...
            ...” He de ser bautizado con un Bautismo y estoy angustiado y apremiado hasta que esto se cumpla.” Veía la hora de ser bautizado en su Sangre y languidecía hasta que llegara esa hora; el amor que nos tenía le urgía vernos libres por su muerte, de la muerte eterna.
            Y este amante divino, Teótimo, murió abrasado por los ardores de la dilección, por la infinita caridad que sentía hacia nosotros y por la fuerza y virtud de su amor. Es decir, que murió en el amor, por el amor, para el amor y de amor.
            Pues si bien los tormentos fueron muy suficientes para hacer morir a cualquiera, la muerte no hubiera podido entrar jamás en la vida de Aquel que tiene las llaves de la vida y de la muerte, si el divino Amor, que maneja esas llaves, no hubiera abierto las puertas a la muerte para que destrozara ese Cuerpo divino y le arrebatara la vida; al amor no le bastó haberle hecho un cuerpo mortal como el nuestro, sino que le dejó morir.
            ¡Dios mío, Teótimo!. Qué horno para inflamarnos en ejercicios del santo amor por ese Salvador tan bueno, al ver cómo El los practicó tan amorosamente por nosotros, que somos tan malos. Que la caridad de Jesucristo nos apremie.
(Tratado del Amor de Dios. Libro II, 8. IV, 11; Libro X, 17, V, 231 ss.)
Día litúrgico: Domingo XVIII (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 12,13-21):
     En aquel tiempo, uno de la gente le dijo:   «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Él le respondió: «¡Hombre!, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».
     Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».

 



Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
            Felices los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos; desgraciados los ricos de espíritu. Es rico de espíritu aquel que tiene sus riquezas dentro de su espíritu, o su espíritu puesto en sus riquezas. Y es pobre de espíritu quien no tiene riqueza alguna en su espíritu, ni su espíritu en ninguna riqueza.
            El Martín pescador, es un pajarito que pone sus huevos en la bahía junto al mar; sus nidos son muy redondos y muy prensados para que el agua del mar nunca pueda penetrar. Únicamente en la parte de arriba dejan un agujerito para que los polluelos puedan respirar y siempre está hacia arriba el agujerito, de modo que permanecen en medio del mar, encima del mar y dueños del mar.
            Tu corazón, querida Filotea, tiene que ser igualmente abierto solamente hacia el cielo, impenetrable a las riquezas y cosas caducas: si las tienes mantén el corazón libre de todo afecto por ellas, que sepa mantenerse encima y que, en medio de las riquezas, esté sin ellas y dueño de ellas. No, no pongas este espíritu celestial en los bienes terrenales; haz que siempre sea superior a ellos y no ellos superiores a él.
            Hay gran diferencia entre tener veneno y estar envenenados. Los boticarios tienen casi todos veneno, para utilizarlo en ciertas circunstancias, pero no por ello están envenenados, puesto que no lo tienen dentro de su cuerpo sino en su farmacia. También tú puedes tener riquezas sin que ellas te envenenen; eso sucederá si las tienes en tu casa pero no en tu corazón.
            En efecto, ser rico pero no tener puesto ahí el afecto es una gran dicha para un cristiano; pues puede disfrutar de las comodidades de las riquezas en este mundo y tener el mérito de la pobreza en el otro.
            No deseéis mucho los bienes que no tienes, no pongas el corazón en los que tienes; de este modo serás bienaventurada porque “el Reino de los cielos te pertenece.”
(Introducción a la Vida Devota., 3ª parte, Cap. 14.)

Día litúrgico: Domingo XVI (C) del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
            A Marta le sobrevino un poco de envidia; les puede pasar a algunos, aunque sea poco, y por espirituales que sean; y cuanto más espiritual se sea, tanto más sutil y como imperceptible es la envidia; actúa tan diestramente que cuesta trabajo notarlo.
Cuando alaban a otro o nos reservamos algo de la alabanza que sabemos que se le debe, ¿qué otra cosa es eso sino que envidiamos sus virtudes?
            Y Marta lanza su pequeño dardo de envidia como en broma y ésta es la forma más fina y aguda. Le dice: “¿Maestro, cómo permites que mi hermana no me ayude y me deje sola con todo el trabajo de la casa?. Dile que me venga a ayudar.” Y nuestro Señor, como es tan incomparablemente bueno, aunque conocía su imperfección, no le contestó con severidad sino muy amorosamente, pues este evangelio es todo él de amor.
            Nosotros no sabemos hacer nada sin apresuramiento, o mejor dicho, sin llevar mucho cuidado respecto a nuestro hombre exterior... porque ya sabéis que en nosotros existen dos partes que, juntas, no forman más que una sola persona; el hombre exterior y el hombre interior.
            El hombre exterior es el que se afana en el ejercicio de las virtudes que conciernen al mandamiento del amor al prójimo y el hombre interior es el que practica el amor de Dios.
Estos dos hombres cumplen así los dos principales mandamientos, sobre los cuales se basan y se consuman la ley y los profetas.
           Los antiguos filósofos han dicho que hay que mirar al fin antes que al acto, y nosotros hacemos todo lo contrario, porque nos apresuramos a hacer la obra que nos hemos propuesto sin considerar antes cuál es el fin de la misma.
           Nuestro Señor dijo que una sola cosa es necesaria, salvarse. Y no hay que multiplicar tanto los medios de conseguir esa salvación, aunque a ella debemos encaminar todas las cosas. Una sola palabra os resume todo: Procurad tener la santa caridad y tendréis todas las virtudes.
(Sermón del 158-1618. IX, 187, 188, 190)
Día litúrgico: Domingo XV (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 10,25-37): En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y para poner a prueba a Jesús, le preguntó: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».
Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?». Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: ‘Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva’.
»¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».




Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales

            El pecador en este mundo está en el camino entre Jerusalén y Jericó, herido de muerte, pero aun no muerto, pues dice el Evangelio: “le dejaron medio vivo”; y como está medio vivo, puede aún hacer actos medio vivos.
No podría andar ni levantarse, ni pedir ayuda, ni aún hablar sino muy lánguidamente, a causa de su corazón debilitado, aunque puede abrir los ojos, mover los dedos, suspirar, decir alguna palabra de queja; actos débiles que, a pesar de ellos, si no hubiera sido por el misericordioso samaritano que le aplicó aceite y vino y lo llevó a la posada para que lo curase y cuidase a sus propias expensas el posadero, hubiera muerto miserablemente envuelto en su propia sangre.
            La razón natural queda gravemente herida y como medio muerta por el pecado; por eso a duras penas puede observar los mandamientos que, sin embargo, ve claro que le son convenientes; conoce su deber pero no puede cumplirlo; sus ojos tiene claridad para mostrarle el camino que sus piernas, faltas de fuerza, no emprenden.
            El pecador, de vez en cuando observa alguno de los mandamientos aquí o allá, incluso a veces y por poco tiempo, los cumple todos.
Pero vivir largo tiempo en su pecado sin añadir culpas nuevas es algo que no podría sin una especial protección de Dios. Porque los enemigos del hombre son ardientes y están deseosos de precipitarlo.
Y cuando ven que no tienen ocasión de practicar las virtudes que debe, suscitan mil tentaciones para hacerle caer en lo prohibido, y la naturaleza sin la gracia, no puede defenderse del precipicio; pues si vencemos, es Dios quien nos da la victoria por
Jesucristo, como dice San Pablo.
(Tratado del Amor de Dios. V, 238)
Día litúrgico: Domingo XIV (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 10,1-12.17-20): En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.
»Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: ‘Está cerca de vosotros el Reino de Dios’. Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: ‘Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios’. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo».
Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
             “Id y predicad a los hombres lo que Yo os he enseñado. Al entrar en las casas, decid: la paz sea en esta casa.” Como si quisiera decir: anunciad primero, al entrar, que no vais a llevar la guerra sino a traerles LA PAZ de mi parte. Por el contrario, quien os rechace, tendrá, sin duda, guerra.
            Pero yo no sólo os prometo la paz, yo os la doy; esta paz que he recibido de mi Padre, por la cual venceréis a vuestros enemigos saliendo victoriosos. Ellos os harán la guerra, pero a pesar de sus ataques, conservaréis la tranquilidad y la paz dentro de vosotros. Sin embargo esta paz es en un sentido un bien general; tratemos de la otra paz, la que nos pacifica con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos.
En cuanto a lo primero, ya hemos dicho que ha sido mediante la muerte y pasión de nuestro Señor, como hemos sido reconciliados con Dios. Pero como luego hemos sido tantas veces rebeldes y desobedientes a sus divinos mandamientos y hemos perdido, tantas veces como hemos pecado, esta paz que Jesucristo nos había adquirido, teníamos necesidad de un nuevo medio de reconciliación.
            Para este fin instituyó nuestro divino Maestro el sacramento de la Eucaristía, pues como nuestra paz se llevó a cabo con su Padre Celestial, por el Sacrificio que Él mismo le ofreció sobre la Cruz, nos sea devuelta esta paz mediante el sacrificio divino.
            El segundo punto de esta paz es tenerla unos con otros. La falta de ella es la fuente de todos los males, penas y miserias que se ven por el mundo entre los hombres.
Nada hay que haga más guerra al hombre que el hombre mismo... Si los hombres vivieran en paz entre sí, nada turbaría su tranquilidad.
            Nuestro Señor sabía la gran necesidad que tienen los hombres de esta paz y por eso predicaba continuamente la paz que procede del amor, que tanto nos ha recomendado que nos tengamos unos a otros.
(Tratado del Amor de Dios. IX, 16. V, 161)

Día litúrgico: Domingo XIII (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 9,51-62): Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Jesús se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». Él respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios».




Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
            San Pablo nos exhorta a no recibir la gracia de Dios en vano; y la recibimos en vano cuando la recibimos a la puerta del corazón; pero sin el consentimiento del corazón, porque así la recibimos sin recibirla, es decir, sin fruto; ya que no basta sentir la inspiración, hay que consentir en ella... A veces, la inspiración nos pide hacer mucho y no consentimos en toda esa inspiración, sino sólo en una parte de ella, como hicieron esos personajes del evangelio que, bajo la inspiración del Señor, le siguieron, pero con reservas; el uno por ir a enterrar a su padre, el otro por ir a despedirse de los suyos.
¿Cuál es la razón de que no estemos más avanzados en el amor de Dios? ¿Es que Dios no nos ha dado su gracia? Es que no hemos correspondido como debíamos a sus inspiraciones. Y ¿esto, por qué? Porque, al ser libres, hemos abusado de nuestra libertad.
Es algo admirable y muy verdadero: cuando nuestra voluntad sigue el atractivo y consiente al movimiento divino, lo sigue tan libremente como libremente resiste también, cuando resiste. El consentimiento a la gracia depende mucho más de la gracia que de nuestra propia voluntad solamente; pero la resistencia a la gracia depende únicamente de la sola voluntad.
            Así de amorosa es la mano de Dios al manejar nuestro corazón; y así de diestra para comunicarnos su fuerza sin quitarnos nuestra libertad.
            Y para darnos el movimiento de su poder sin impedir el de nuestro querer, ajusta su poder a su suavidad de tal modo que, respecto al bien, su potencia nos da suavemente el poder y su suavidad mantiene poderosamente la libertad de nuestro querer.
(Tratado del Amor de Dios. Libro II, 11 y 12. IV, 122, 123, 127)
Día litúrgico: Domingo XII (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 9,18-24): Y sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y Él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.

Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará».




Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales

No solamente hay que cumplir la voluntad de Dios, sino que hay que cumplirla con alegría.
No tenemos que llevar la cruz de los demás, sino la nuestra. Nuestro Señor quiere que cada uno se renuncie a sí mismo, es decir, a su propia voluntad.
            Yo querría esto o lo otro. Yo estaría mejor aquí o allá; todo eso son tentaciones.
Nuestro Señor sabe bien lo que necesitamos; hagamos lo que Él quiere, quedémonos donde Él nos ha puesto.
            Hay que amar lo que Dios ama; y Dios ama nuestra vocación. Amémosla también nosotros, sin entretenernos en pensar en la de los otros. Cumplamos con nuestro deber, cada uno con su cruz, que no es mucho.
            Nuestro Señor nos ha dicho que tomemos su cruz. ¿Queréis saber, en dos palabras, lo que esto significa? Es lo mismo que decir: Tomad y recibid con agrado todas las penas, contradicciones, aflicciones y mortificaciones que os van llegando en esta vida.
            Incluso cuando renunciamos a nosotros mismos estamos haciendo algo que nos da satisfacción, pues somos nosotros mismos los que estamos actuando.
Pero hay que tomar la cruz tal como se nos impone; y en esto hay mucho menos de elección nuestra y por eso es un grado de perfección mucho mayor.
            Tomar su cruz significa recibir bien las contradicciones que nos salen a cada paso, aunque sean pequeñas y de poca importancia.
            Todo cristiano que aspira al cielo, va en pos del Salvador, pues espera la posesión solamente por los méritos de Jesús, si observa los mandamientos; pero seguir a nuestro
Señor es seguir sus pasos, imitar sus virtudes, hacer su voluntad y tener sus mismos deseos.
(Carta a la Presidenta Brûlart y Sermón. XII, 349, 351 y IX, 18, 19, 21)

Solemnidad del Corpus Christi
Texto del Evangelio (Lc 9,11b-17): En aquel tiempo, Jesús les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado». Él les dijo: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente».
Pues había como cinco mil hombres. Él dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta». Hicieron acomodarse a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
            Todo lo que Dios ha hecho, lo ha hecho por obra del Espíritu Santo; esas cosas sobrenaturales que sin la fe no se pueden concebir. “¿Cómo será esto, dijo la Virgen, pues no conozco varón?.” El arcángel Gabriel respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra.” Y tú te preguntas ¿cómo se convertirá el pan en el Cuerpo de Jesucristo? Yo te respondo: el Espíritu Santo lleva a cabo esas cosas por encima de toda palabra y de toda inteligencia.
¿Hay más perfecta comunión de los santos que esto? Por ello somos todos un pan y un cuerpo, puesto que participamos de un mismo pan bajado del cielo, vivo y vivificante.
           ¿Cómo sería posible comer todos de un mismo pan si éste no fuera el Cuerpo de Jesucristo? Y si no comiésemos de un mismo alimento espiritual por la fe, ¿cómo podría un cristiano tener una tan grande comunión con los otros cristianos? Y de hecho, ¿qué otro alimento, Salvador nuestro, si no es vuestro Cuerpo, puede dar vida eterna?
Se precisa un pan vivo para dar la vida... Un pan bajado del cielo para dar una vida celestial, un pan que seáis Vos mismo, mi Señor y mi Dios, para dar la vida inmortal, eterna, perdurable.
Porque, ¡oh Señor admirable! si un poco de levadura hace subir una gran masa, si una chispa de fuego basta para abrasar una casa, si un grano echado en tierra produce tantos otros, ¿con qué seguridad puedo esperar yo que vuestro sagrado Cuerpo, al entrar en el mío, al llegar el tiempo de la cosecha, le levantará de su corrupción, lo inflamará con su gloria y lo hará inmortal, impasible, sutil, resplandeciente y provisto de todas las cualidades gloriosas que se pueden esperar?

(Opúsculos. XXIII, 23-25)

Solemnidad de la Santísima Trinidad
Texto del Evangelio (Jn 16,12-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’».

Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales

            Entre los favores más señalados que la bondad de Dios hizo a su servidor Abraham, a mi parecer de los mayores, fue cuando en el valle de Mambré su divina Majestad le visitó visiblemente en su tienda, como nos relata el Génesis...
Dios se le apareció, pero ¿en qué forma? “Al levantar los ojos vio a tres personajes que se le aparecieron bajo la apariencia de TRES, AQUÉL que es Único Señor fue a visitar a su servidor... para indicarnos que era la aparición de un Dios Trino; y cuando Abraham vio a los tres, siguió adorando la Unidad...
Y ahora... el mismo Señor viene a visitarnos, Uno en esencia y Trino en Personas, no en una aparición externa, sino con la interna iluminación de la fe, en el valle de la Iglesia. Y hoy la Iglesia celebra, con gran solemnidad, la gloria del Todopoderoso, de la Infinita Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que se grabe en nuestro corazón el honor y el homenaje supremo que le debemos...
            Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto... Le damos gloria cuando creemos, esperamos y amamos esta suprema esencia en su gloriosísima Trinidad; si pedimos a las tres Personas que moren con nosotros, si les lavamos los pies, si les invitamos bajo el árbol.
            Pero para ello debemos hacer lo que hizo Abraham: levantar los ojos hacia lo alto. De otro modo no hubiera recibido ese honor.
           Levantemos nuestros ojos hacia la luz eterna a fin de que se digne iluminarnos con su Espíritu y que con esa claridad, podamos ver en este misterio, todo lo que debemos conocer de Él y lo que a Dios le parezca bien dejarnos ver, para poder creerle; y creyendo, esperar en él; y esperando, amarle para que verdaderamente demos así gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
(Opúsculos. XXIII, 23-25)


Domingo de Pentecostés
Texto del Evangelio (Jn 20,19-23): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales

            Celebramos hoy la fiesta de los presentes, las dádivas, del don de los dones, que es el Espíritu Santo.
            El Señor, soplando sobre sus Apóstoles, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”, constituyéndoles así prelados de su Iglesia y dándoles el poder de atar y desatar.
            Podemos considerar la grandeza del don del Espíritu Santo con todos sus efectos, como enviado por el Padre Eterno y por nuestro Señor a su Iglesia, o también como enviado a cada uno de nosotros en particular.
            El temor, que se llama don del Espíritu Santo, no solamente nos hace temer los juicios divinos sino que nos hace temer a Dios como Juez nuestro y por tanto, nos lleva a huir del mal y de todo aquello que sabemos desagrada a Dios. Pero no debemos estar en postura de temor, ni dejarle entrar en nuestros corazones, ya que ese lugar ha de estar ocupado por el amor...
            La piedad es un temor filial por el cual miramos a Dios como juez, pero también como Padre, temiendo desagradarle y deseando darle gusto. Por el don de ciencia, el Espíritu Santo nos ayuda a reconocer las virtudes de las que tenemos necesidad y los vicios que debemos evitar.
            El cuarto don también nos es muy necesario, el de la fortaleza, porque sin él, los precedentes no nos servirían de nada. ¿En qué consiste este don?
            Con él se supera uno a sí mismo para poder someterse a Dios, mortificando y suprimiendo en nosotros toda superfluidad e imperfección, por pequeñas que sean.
Pero ya resueltos y fortalecidos, necesitamos el don de consejo, para saber escoger las virtudes que nos son más necesarias, según cada vocación.
            El don de entendimiento nos hace comprender la verdad de los misterios de nuestra fe, y la necesidad que tenemos de fijarnos en la verdadera esencia de las virtudes y no solamente en la apariencia exterior que puedan tener.
El don de sabiduría nos da sabor, estima y contento en la práctica de la perfección cristiana.
(Sermón del 7-6-1620. IX, 315-317, 322)

Domingo VII de Pascua
La Ascención del Señor
Texto del Evangelio (Lc 24,46-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Así está escrito que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros seréis testigos de estas cosas. Mirad, voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto».

Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.


PALABRAS DE NUESTRO PADRE SAN FRANCISCO DE SALES

Hija mía, compartamos el júbilo pues nuestro Salvador subido al cielo, donde vive y reina y quiere que un día vivamos y reinemos con Él. ¡Oh, qué triunfo en el cielo y qué dulzura en la tierra! Que nuestros corazones estén “donde está nuestro tesoro” y que vivamos en el cielo ya que allí está nuestra vida.

¡Qué hermoso es el cielo, ahora que el Salvador brilla en él como sol ; y su pecho es una fuente de amor en la que los bienaventurados beben a placer. Todos se miran en Él

y en El ve su nombre escrito con caracteres de amor que sólo el amor puede leer y que sólo el amor ha grabado. ¿Y no leeremos allí los nuestros? Sí, sin duda allí estarán, pues aunque nuestro corazón carece de amor, al menos tiene el deseo del amor y el comienzo del amor. Y ¿no está acaso, escrito en nuestros corazones el sagrado nombre de Jesús?

Pienso que nada podría borrarlo de ellos. Hay que esperar que el nuestro esté recíprocamente escrito en el de Dios...

En cuanto a mí, no he sabido pensar esta mañana sino en esa eternidad de bienes que nos espera; pero en la que todo me parecería poco o nada a no ser ese amor invariable y siempre actual del ese gran Dios que allí reina para siempre.

Me admiro de la contradicción que veo en mí al tener sentimientos tan puros junto con obras tan imperfectas. Pues pienso que el Paraíso estaría en medio de todas las penas del infierno si en él pudiese estar el amor de Dios; y si el fuego del infierno fuese un fuego de amor, creo que serían de desear esos tormentos.

Y pensando así, ¿cómo es posible que yo no tenga un perfecto amor, puesto que ya aquí puedo tenerlo perfecto?

Hija mía, oremos, trabajemos, humillémonos, llamemos a nosotros ese Amor.

La tierra nunca había visto sobre su faz el día de la eternidad hasta que llegó esta santa festividad, en la cual nuestro Señor glorificó su cuerpo y supongo que los ángeles envidiaron la belleza de ese Cuerpo, comparada con la cual no es nada la belleza de los cielos y del sol. Dichosos nuestros cuerpos, que un día alcanzarán la participación en gloria tan grande.
(Carta a la Madre de Chantal. 31-5-1612. XV, 221-222)

Domingo V de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 13,31-33a.34-35): Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él. Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.

»Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros».



PALABRAS DE NUESTRO PADRE  FRANCISCO DE SALES

Para demostrar que amamos al prójimo, tenemos que procurarle todo el bien que podamos, tanto para el alma como para el cuerpo, rezando por él y sirviéndole cordialmente cuando la ocasión se presente: porque amistad que sólo consiste en bellas palabras no es gran cosa, y eso no es amarse como nuestro Señor nos ha amado, ya que no se contentó con asegurarnos que nos amaba sino que fue más lejos, haciendo todo lo que hizo para demostrarnos su amor.

San Pablo, hablando de sus hijos tan queridos, decía: estoy dispuesto a dar mi vida por vosotros y a emplearme sin reserva para demostraros que os amo tiernamente.

Él quería decir: sí, estoy dispuesto a que hagan de mí cuanto quieran por y para vosotros. Así nos enseña que emplearse, es decir, dar la vida por el prójimo no es sino avenirse al gusto de los demás por ellos y para ellos; y esto lo aprendió de nuestro dulce Salvador sobre la cruz.

Este es el soberano grado de amor al prójimo al que los religiosos, las religiosas y nosotros, los consagrados al servicio de Dios, estamos llamados.

Porque no basta ayudar al prójimo con lo que nos sobra; dice san Bernardo que tampoco basta el que nuestra persona tenga que sufrir por el prójimo, sino que hay que ir más allá, dejándole que nos mande y practicar la santa obediencia, y esto tanto como él quiera, sin resistirnos nunca.

Porque lo que hacemos por nuestra propia voluntad y elección, eso nos produce mucha satisfacción para nuestro amor propio; pero emplearse en lo que otros quieren y nosotros no, es el soberano grado de la abnegación.

Vale más sin comparación lo que se nos manda hacer que lo que hacemos por elección nuestra.

(Conversaciones espirituales, sobre la cordialidad. VI, 64).

Domingo IV de Pascua - Domingo del Buen Pastor


 
Texto del Evangelio (Jn 10,27-30): En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

PALABRAS DE NUESTRO SANTO PADRE FRANCISCO DE SALES

Tengo mucho interés, querida Filotea, de que en esto sigas mi consejo; porque este tema es uno de los medios más seguros para tu avance espiritual.

Pon tu espíritu, lo más frecuentemente posible, durante el día en la presencia de Dios, piensa en lo que Dios hace y lo que haces tú, y verás sus ojos vueltos hacia ti, perpetuamente fijos en ti con un amor incomparable.

Y entonces dirás: ¡Oh Dios mío, ¿cómo no te miro yo siempre, como Tú me miras?

¿Por qué piensas en mí tan a menudo, Señor, y yo no pienso en Ti?; alma mía, ¿en qué piensas? Tu sitio es Dios, y ¿dónde estamos?

Los pájaros tienen sus nidos en los árboles y en ellos se recogen, los ciervos tienen sus matorrales para esconderse y ponerse a salvo y refrescarse en su sombra en verano; también nuestros corazones, Filotea, tienen que escoger cada día su sitio, bien en las llagas de nuestro Señor o en cualquier otro lugar cerca de Él para retirarse en las ocasiones y aligerarse de los problemas exteriores, estando como en el fuerte donde defenderse de las tentaciones.

Feliz el alma que puede decir con verdad a nuestro Señor: “Tú eres mi morada de refugio, mi muralla segura, mi techo contra la lluvia y mi sombra contra el calor.”

Recuerda por tanto, Filotea, retirarte varias veces durante el día en la soledad del corazón, aunque corporalmente estés en medio de conversaciones y asuntos. Esta soledad mental no la pueden estorbar las multitudes que puedan rodearte pues no rodean tu corazón sino tu cuerpo, mientras el corazón permanece sólo en la presencia de Dios.

Las conversaciones no suelen ser ordinariamente tan importantes que no pueda uno retirarse de vez en cuando para poner el corazón en esta divina soledad.

(Introducción a la Vida Devota, 2ª parte, Cáp. 12. III, 91)


Domingo III de Pascua






Texto del Evangelio (Jn 21,1-19): En aquel tiempo, se apareció Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Al oír Simón Pedro que era el Señor se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». Le dice por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».


PALABRAS DE NUESTRO PADRE SAN FRANCISCO DE SALES

Hay otra herida de amor y es cuando el alma siente que ama a Dios y sin embargo Dios la trata como si no supiera que ella le ama o como si desconfiara del amor del alma porque entonces, querido Teótimo, entra en grandes angustias, siéndole insoportable ver y sentir que al parecer Dios desconfía de ella.

El pobre Pedro sentía su corazón lleno de amor por su Maestro y nuestro Señor, fingiendo no saberlo: Pedro, le dice, ¿me amas más que éstos? Pero, Señor,

Apóstol, ¡claro que os amo y bien lo sabéis! Y el dulce Maestro, para probarle y como desconfiando de que le amase, le dice: Pedro, ¿me amas? ¡Oh, Señor, me estás hiriendo el corazón! Y el pobre exclama lleno de amor y de dolor: “Maestro, Tú sabes todo, Tú sabes bien que te amo....” San Pedro estaba bien seguro de que el Señor sabía todo y que, por tanto, no ignoraba cuánto le amaba. Pero al repetirle ¿me amas? tenía la apariencia de una desconfianza y san Pedro se entristeció mucho.

¡La pobre alma, que tiene la resolución firme de morir antes que ofender a Dios!

También hay almas así de decididas, pero que no sienten ni una pizca de fervor sino al contrario, una frialdad extrema que las deja desfallecidas y tan débiles que a cada paso caen en imperfecciones muy sensibles.

Un alma así, Teótimo, está muy herida ya que le es muy doloroso ver que Dios no parece saber cuánto le ama y la trata como a una criatura que no le perteneciera.

Y ella nota que el Señor le lanza este reproche: ¿Cómo puedes decir que me amas si tu alma no está conmigo? Lo cual es para ella un dardo que le atraviesa el corazón. Es

un dardo de dolor pero que procede del amor, porque si realmente no le amase, no le dolería sentir ese temor de no amar.

(Tratado del Amor de Dios. Libro VI, Cáp. 14. IV,  353, 354)


Domingo II de Pascua
Domingo de la Misericordia


Texto del Evangelio (Jn 20,19-31): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

 
 
Palabras de nuestro Santo Padre  Francisco de Sales

Teótimo, qué contento hemos de tener al ver cómo Dios ejerce su misericordia por los diversos favores que distribuye a los ángeles y a los hombres, en el cielo y en la tierra; y al ver cómo practica la justicia en una infinita variedad de penas y castigos. Porque su justicia y su misericordia son igualmente amables y admirables en sí mismas ya que no son sino una misma y única Bondad y Divinidad.

Mientras que los efectos de su justicia nos son ásperos y llenos de amargura, Él se preocupa de suavizarlos mezclándolos con los de su misericordia.

Por eso, la muerte, las aflicciones, los sudores, los trabajos, que abundan en nuestra vida y que son ordenados por Dios con toda justicia en castigo del pecado, también son, por su dulce misericordia, escalones para subir al cielo, medios para crecer en gracia y méritos para obtener la gloria.

Los santos, al considerar por otra parte, los tormentos de los condenados, alaban la justicia divina y exclaman: “Eres justo, oh Dios, eres equitativo, la justicia reina siempre en tus juicios.” Pero, por otra parte, al ver que esas penas, aunque eternas e incomprensibles, son mucho menores que las culpas y crímenes por los cuales son infligidas, entusiasmados por la infinita misericordia de Dios; dicen: “Oh, Señor, qué bueno eres, pues en el apogeo de tu cólera no puede contener el torrente de tu misericordia, cuyas aguas corren hasta los mayores delitos.

(Tratado del Amor de Dios)

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