domingo, 30 de noviembre de 2014

Reflexiones de San Francisco de Sales Ciclo B

Día litúrgico: Domingo XVIII (B) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Jn 6,24-35): En aquel tiempo, cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello».

Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado». Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».
Comprendamos lo que nos dice el texto de Hoy:
            Hoy vemos diferentes actitudes en las personas que buscan a Jesús: unos han comido el pan material, otros piden un signo cuando el Señor acaba de hacer uno muy grande, otros se han apresurado para encontrarlo y hacen de buena fe -podríamos decir- una comunión espiritual: «Señor, danos siempre de ese pan» (Jn 6,34).
            Jesús debía estar muy contento del esfuerzo en buscarlo y seguirlo. Aleccionaba a todos y los interpelaba de varios modos. A unos les dice: «Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna» (Jn 6,27). Quienes preguntan: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» (Jn 6,28) tendrán un consejo concreto en aquella sinagoga de Cafarnaúm, donde el Señor promete la Sagrada Comunión: «Creed».
            Tú y yo, que intentamos meternos en las páginas de este Evangelio, ¿vemos reflejada nuestra actitud? A nosotros, que queremos revivir esta escena, ¿qué expresiones nos punzan más? ¿Somos prontos en el esfuerzo de buscar a Jesús después de tantas gracias, doctrina, ejemplos y lecciones que hemos recibido? ¿Sabemos hacer una buena comunión espiritual: ‘Señor danos siempre de este pan, que calma toda nuestra hambre’?
            El mejor atajo para hallar a Jesús es ir a María. Ella es la Madre de Familia que reparte el pan blanco para los hijos en el calor del hogar paterno. La Madre de la Iglesia que quiere alimentar a sus hijos para que crezcan, tengan fuerzas, estén contentos, lleven a cabo una labor santa y sean comunicativos. San Ambrosio, en su tratado sobre los misterios, escribe: «Y el sacramento que realizamos es el cuerpo nacido de la Virgen María. ¿Acaso puedes pedir aquí el orden de la naturaleza en el cuerpo de Cristo, si el mismo Jesús nació de María por encima de las leyes naturales?».
            La Iglesia, madre y maestra, nos enseña que la Sagrada Eucaristía es «sacramento de piedad, señal de unidad, vínculo de caridad, convite Pascual, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura»
(Concilio Vaticano II).

Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
            El rey Mitrídates, temiendo ser envenenado por sus enemigos, se fue acostumbrando al veneno tomando a diario pequeñas dosis inofensivas por su poca cantidad, pero suficientes para inmunizarle. Tanto es así, que cuando él mismo quiso envenenarse para evitar la esclavitud, le fue imposible.
            El Salvador Instituyó el sacramento de la Eucaristía, que realmente contiene su Carne y su Sangre, para que quien lo coma viva eternamente. Por eso el que lo recibe con amor, fortalece de tal manera la salud y la vida de su alma que es imposible que sea envenenado por ningún afecto malo. No se puede estar alimentado de esta Carne de vida y vivir de afectos de muerte.
            Si los frutos más frágiles y más sujetos a la corrupción se conservan fácilmente al ser confitados en azúcar, nuestro corazón, por débil que sea, también se preserva de la corrupción cuando está impregnado de la Carne y Sangre incorruptibles de nuestro Dios.
            Cuando te despiertes de noche, llena tú el corazón con el deseo de recibir al Esposo, que vela mientras duermes y que te prepara gracias y fervores si estas dispuesta a recibirlos.
            Por la mañana, levántate alegremente pensando en la dicha que te espera. Y luego, ve con humildad y confianza en busca del alimento de inmortalidad.
            Tras confesar tu indignidad, recibe, llena de fe, esperanza y caridad, a Aquél en quien, a quien, para quien y por quien crees, esperas y amas. Y habiéndole recibido, adora a ese Rey de salvación, trata con Él de tus asuntos internos, contémplale en tu corazón, al cual Él ha venido para hacerte dichosa.
            En fin, hazle el mejor recibimiento posible y compórtate en tus acciones de tal modo que se note que Dios está contigo.
            Tu primera intención al comulgar debe ser el avanzar con el amor de Dios y sacar de él fuerza y consolación.
            Comulga, pues, lo más a menudo posible, Filotea. Se cuenta que en nuestras montañas, las liebres se vuelven blancas en invierno porque no ven ni comen más que nieve; así, a fuerza de adorar y comer la belleza, la bondad, la pureza misma en este divino Sacramento, te harás muy hermosa, muy buena y muy pura. (Introducción a la Vida Devota, 3ª parte, Cáp. 20 y 21. III, 116)

24 Enero: San Francisco de Sales
"El Fenix de los Obispos" S.S. Juan Pablo II
Fiesta

Se dice que escribía de día hojas clandestinas y la metía por debajo de las puertas, de noche. Por esa razón, se ganó el premio "patrono de los periodistas".
Escribía como un ángel. De forma, que los franceses lo tienen entre sus clásicos de literatura.
Montañés de cuerpo entero, nacido en los Alpes, en el castillo saboyano de Sales. Familia exquisita. Le llevan a estudiar a la universidad de París. Luego a Padua. Canónigo de Annecy, obispo auxiliar de Ginebra, líder de debates con los protestantes, apóstol de la región de Chablais. Vuelve a París, trata con san Vicente de Paul, en todas partes se le recibe con entusiasmo.
Hay un libro: "Introducción a la vida devota", cuarenta ediciones en vida del autor, y en aquello tiempos. Un libro utilizado muchísimo tiempo como lectura espiritual.
"¿No es una barbaridad -decía él- querer desterrar la vida devota del cuartel de los soldados, del taller de los artesanos, del palacio de los príncipes, del hogar de los casados?"
Hay una amistad que no se puede olvidar: la que mantuvo con Juana Chantal; con ella fundó la Orden de la Visitación.
Una virtud: la dulzura de este hombre, de quien dicen que en su juventud tenía tan mal genio.
Respecto a esto, es una constante en la biografía de todo santo su lucha ascética a fin de aumentar su capacidad de autodominio. Pero para demostrar que esta virtud no se consigue de la noche a la mañana, he aquí un detalle precisamente referida a nuestro santo.
Se cuenta que al hacerle al autopsia, le encontraron su hígado endurecido como un piedra. Esto se explica por la enorme violencia que tuvo que hacerse este hombre de fuerte carácter para hacerse y aparecer amable, delicado y bondadoso en el trato.
Esa dulzura de la que hablamos antes, no le fue fácil conseguirla.
San Francisco de Sales escribió: "No nos enojemos en el camino unos contra otros; caminemos con nuestros hermanos y compañeros con dulzura, paz y amor; y te lo digo con toda claridad y sin excepción alguna: no te enojes jamás, si es posible; por ningún pretexto des en tu corazón entrada al enojo"

“Venid a Mí todos los que estáis cargados y fatigados... porque mi yugo es suave y mi
carga ligera.” Mt 11, 25, 30

... Hace unos quince años que pregunté al Bienaventurado si permanecía mucho tiempo sin volver su espíritu hacia Dios. Y me respondió que “algunas veces alrededor de un cuarto de hora.” Y yo admiré mucho esto en un Prelado tan ocupado en asuntos tan diversos e importantes...
Me dijo que el primer pensamiento que le venía al despertar era de Dios y que se
dormía pensando en Él todo lo que podía...
Decía que la mejor manera de servir a Dios era seguirle  y caminar tras Él con la punta fina del alma, sin apoyo alguno de consolación, de sentimientos ni de luz, sino con la fe desnuda y simple; y sin embargo él no había recibido grandes luces interiores y ni siquiera exteriores...
Según me dijo, él no se fijaba si en la oración estaba consolado o desolado; que cuando nuestro Señor le concedía buenos sentimientos, los recibía con sencillez y que si no se los daba, ni pensaba en ello...
Nunca le he conocido, y que yo sepa, tampoco otras personas, apegado a ningún ejercicio de devoción; conservaba una santa libertad de espíritu para hacer todas las cosas según la Providencia se las iba presentando. Muchas veces le hemos visto cuando iba a decir Misa o a hacer oración, retrasarlas e incluso dejarlas a veces, si se trataba
del servicio del prójimo o si alguna otra legítima razón le detenía.
... Jamás se le veía turbado ni fastidiado por asuntos que le surgían de repente; sino que los recibía de la mano de Dios suavemente... y no miraba las cosas como eran en sí mismas, las miraba en Aquél que se las enviaba. De ese modo, siempre estaba en oración, pues tenía su corazón continuamente pendiente del beneplácito de Dios, al cual siempre respondía con sencillez.
Decía a menudo, que un alma que quiere servir a Dios con perfección, sólo a Él debe apegarse y desearle ardientemente. En cuanto a los medios para llegar a esto, nunca aferrarse a ellos, sino ir con libertad a donde la caridad y la obediencia nos llamasen y esto alegre y apaciblemente. (Deposición de Santa Juana F. de Chantal para la canonización de San Francisco de Sales. Obras de Santa Juana F. de Chantal, Tomo III. 170,171, 172)






Domingo I de Adviento

Texto del Evangelio (Mc 13,33-37): En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!».


Palabras de nuestro Santo Padre Francisco de Sales
Cristo viene en nuestra búsqueda y la Iglesia nos invita a recibirle bien... Pero ¿por qué habla Jesucristo del juicio y del fin del mundo? Para llenarnos de temor. Y ¿por qué quiere Él que temamos? Para que amemos, porque el temor “es el principio de la sabiduría”, y el salmista añade: Bienaventurados los que temen al Señor.” Pero para comprender mejor una cosa tan necesaria, sabed que hay dos clases de temor: el uno, humano; el otro, divino; el temor de esclavos y el temor de los hijos. El temor servil permanece en nosotros para servir al amor... y el amor emplea el temor servil para rechazar al enemigo. 
Los barqueros, aunque partan con viento favorable y en estación propicia, jamás olvidan llevar consigo los cordeles, las áncoras y otras cosas que se requieren en momentos difíciles de accidentes y de tempestades; pues así, el servidor de Dios, jamás debe estar desprovisto del temor de los juicios divinos, sino que se servirá de él en las tormentas y en los asaltos de las tentaciones.
La piel de la manzana, aunque de poco valor en sí, sin embargo sirve perfectamente para conservar la manzana a la cual recubre. Así el temor servil, que comparado con el amor tan poco vale, también es muy útil para conservar el amor en medio de los riesgos de esta vida El que ofrece una granada, ciertamente la da por los granos y el jugo que lleva dentro, pero no deja de dar también la cáscara. Pues así el Espíritu Santo entre sus dones confiere el del temor amoroso a las almas de los suyos, a fin de que teman a Dios como Padre y Esposo, pero tampoco deja de darles el temor servil, como complemento del otro; porque el temor, como dice San Agustín, es el servidor de la caridad, a la cual prepara la morada. 
(Sermón 1610, VIII, 62 y Tratado Amor de Dios XI, 513)